Monday, September 19, 2016

Capítulo 1.5

Escribiendo siento que de alguna manera puedo silenciar mis pensamientos, plasmarlos en algún lugar donde los pueda volver a leer, sentirme más liviano conmigo mismo. Empecé contando un día normal de mi vida actual, pero me pareció necesario volver un poco para atrás y que se entienda el por qué lo valoro tanto.

Ese día, después de la entrevista, volví a Mississauga con la mente en blanco. Tal vez el orgullo y llanto en mis padres a través de la pantalla me hizo caer un poquito más a la realidad. O tal vez el mail que recibí de Martin esa misma noche, donde me compartía las bases del contrato de trabajo como Intern Student, acompañado de palabras que me motivaban y halagaban. Mínimo 4 meses, máximo 1 año de trabajo. Sin embargo, mi cabeza necesitaba tiempo para digerir, por lo que le pedí unas semanas para aclarar todo mi porvenir. Claro, todo esto implicaba perder un año de facultad, alejarme de mi familia, de mi novia, de mis amigos, de ir a la cancha a alentar al canalla. Y abrirse a un universo completamente nuevo, y prácticamente a ciegas. Qué me harán hacer? De qué trabajaré? Por qué a mi y no a otro? Preguntas y más preguntas, que sólo serían respondidas una vez vivida la experiencia. Lo cierto es que esa noche me fui a dormir con la sonrisa más grande que tuve en mi vida. Es algo difícil de describir con palabras, son esos momentos que se inmortalizan dentro tuyo. Momentos que marcan. Esa perfecta mezcla de desazón y completo entendimiento, de estremecimiento, pero con los pies bien plantados sobre la tierra. No se, es difícil de explicar.

Y los días siguieron. Con tal de "no quemarla", decidí esperar un poco a contarlo con mis amigos. Pero bueno, toda esta etapa que siguió fue más que nada un constante intercambio de mails con Martin en busca de una fecha precisa en la cual comenzar, en organizar todo el papeleo para conseguir la visa, en recibir el contrato, firmarlo, y reenviarlo. Era todo tan irreal, tan difícil de entender, que sentía miedo. Cada  vez que veía sus mails en mi bandeja de entrada, temía la peor noticia: No hay más lugar para vos. Necesitaba tener en mis manos esa visa cuanto antes.

Y así fue, volví a Argentina y a lo primero que me destiné fue a comenzar todo el engorroso proceso para aplicar a la visa de trabajo. El procedimiento es a través de una guía que el gobierno canadiense ofrece de manera online, donde se describe paso a paso que es lo que se requerirá a la hora de entregarlos, donde se pide que se completen 5 o 6 formularios. Fueron meses de buscar papeles que no tenía idea que existían, legalizarlos, firmarlos, escanearlos, reimprimirlos. Volví cerca de septiembre, y recién en noviembre estaba viajando a Buenos Aires con todo listo (o eso creía) para recibir mi visa de trabajo.
Día soleado, yendo en el auto con mi vieja a esa ciudad tan linda que tenemos en nuestro país. Llegamos. Fuimos a la originaria embajada canadiense, pero nos derivaron a un centro de visa donde se realiza este tipo de trámite. Por suerte quedaba cerca. Estacionamos a la vuelta del lugar. Entramos al edificio, subimos al cuarto piso. La recepcionista nos indicó donde aguardar a ser atendidos. Esperamos. Nos atendieron. Revisaron todos los papeles, parecía estar todo en orden. Sentía la adrenalina correr por mi cuerpo. Al fin esos dos largos meses de preparación y autoconvencimiento de que lo lograría estaban por llegar a su fin. Pero hubo una pregunta capciosa: "El estudio te envío firmada la autorización del LMIA?" (Labour Market Impact Assessment). No. No lo tenía. Había leído eso en algún recóndito lugar de los formularios, tal vez en letra chica, pero la presión o desesperación por obtener mi visa me jugó en contra. "No importa, los mandamos a la embajada y esperamos a ver que nos dicen". Bueno. Una mínima esperanza, una hora de espera leyendo cada movimiento de esta desilusionadora secretaria desde mi asiento. Hasta que llegó la mala noticia. Era de esperarse. Me senté a escribir mails a Martin desde la computadora del lugar, esperando que fuesen respondidos en el momento. La secretaria del estudio de arquitectura me escribió lo peor que leí en mi vida (lo traduzco): "Perdón Guido pero no vas a poder trabajar con nosotros. No hay nada que podamos hacer al respecto con el LMIA. Espero que encuentres otro lugar donde puedas sentirte feliz haciendo lo que te apasiona." Un hachazo al corazón. Sentí impotencia, la misma que sentí las veces que me robaron. Resulta que el LMIA es un organismo gubernamental que se encarga de regular, a través de un estudio de mercado, y en relación a la cantidad de trabajadores destinados a un mismo puesto de trabajo, la posibilidad o no de adquirir más profesionales provenientes del exterior del país. En cortas palabras: no podes trabajar hasta que no haya escasez de posibles trabajadores en esa posición. Y para probarlo, el gobierno exige 100 entrevistas como mínimo a la institución o empresa que busca contratar. Osea, imposible. Ese miedo que tanto había sentido todo ese tiempo se volvió realidad.
Pero a pesar de las palabras de mi vieja, alentandome de alguna manera a terminar la carrera y a seguir adelante, mi intención nunca fue quedarme de brazos cruzados. Tenía que existir una solución. Alguna manera de evadir al estricto sistema, pero de forma legal. Al día siguiente, ya en casa, me encontraba leyendo todas las actas y leyes de trabajo internacional en Canadá. Googleando todas mis preguntas, enviando distintos mails a distintos lugares del mundo que se encargaban de llevar trabajadores a Canadá por un tiempo limitado. Mails en inglés, en francés, en español. Mails a Europa, a Canadá, a Estados Unidos, a Australia, a Argentina. Alguien tenía que ayudarme. Pero no recibí respuesta alguna.

Febrero de 2016, Martin averiguó a través de un contacto en el gobierno canadiense que existía una manera de que pueda ir, pasando por encima del LMIA: Working Holiday Visa. Por lo que a penas recibí ese mail, escribí otros más a empresas argentinas que se encargaban de facilitar esta visa. Martin se había movido para que yo pueda ir, esto fue algo que me motivó muchísimo más a no bajar los brazos. Cuando toda ilusión había desparecido, cuando ya preparaba mi cabeza a recibir el año universitario, se iluminó el camino otra vez. Increíble e inesperado.

Tres meses después, y luego de repetir el proceso (pero mucho más exigente que el primero), recibí mi visa.

Y la vida me volvió a sorprender, una vez más. Ese día me prometí a mi mismo nunca bajar los brazos, incluso cuando el panorama no sea favorable. Todo depende de vos, y solo vos mismo vas a lograr lo que te permitas lograr.

A la semana, estaba en Toronto, listo para empezar a escribir un nuevo capítulo de mi vida.

No comments:

Post a Comment