Friday, October 28, 2016

Capítulo 4

Y llegó el frío. Mientras una hoja de millones de tonalidades que oscilan entre los rojos claros y oscuros me caía en la cabeza, aventuraba mis manos a salir de los bolsillos, con el fin de confirmar que mi cuerpo no estaba loco. Sensación térmica: 3 grados bajo cero. Más el viento, un infierno de frío. Claro, esto no es nada. Mis compañeros de trabajo se me ríen cada vez que me ven llegar. Doble remera, sweater grueso, campera enorme, bufanda, gorrito y cara de no entiendo nada. Es que no entiendo nada! Esto es el culo del mundo!!! Si, lo tenía que decir. Y lo que me espera. En los peores inviernos, se ha llegado a registrar casi 40 grados bajo cero. Lo positivo, es que no es húmedo. Y si logras albergar la barrera necesaria para bloquearlo, estas bien. El problema es que la cara siempre va a estar descubierta. Ayer, sentía como el aire que entraba por mi nariz se filtraba de alguna manera, al punto de sentir que entraba menos oxígeno. Y mi novia futura médica me contó que es algo literal. En un par de meses dejo de respirar, supongo.

Y la anécdota del miércoles es buenísima. 2 grados bajo cero, lluvia incesante, 8 de la mañana. Salgo del edificio, y la capucha se me vuela de la cabeza. Camino algunos metros, esperando que el viento deje a mi capucha en paz, pero no hay caso: hay que sacar una mano y sostenerla. Todo va bien, hasta que la mano empieza a enfriarse mucho, pero es tolerable. Pero lo que no es tolerable es el viento, que hace que la capucha solo sirva para tapar el pelo. Cara empapada. Pero bueno, se puede resistir. Pero acá viene lo peor: las mangas, por más elástico que tengan, nunca son completamente herméticas. Y el agua, impulsada por el viento, es capaz de filtrarse por cualquier lugar. Si, eso pasó. Gotas heladas llegaron hasta mi axila. Y ahí si que me enojé. Para colmo, el pantalón empapado. Esto lo tenía que decir. Paraguas para la semana que viene, sin falta.

Pero bueno, Toronto es una ciudad increíble, y lo más interesante es como el instinto humano ha logrado cosas increíbles. Como el frío, de alguna manera, potenció todavía más la necesidad de resguardo, de refugio. Y así fue que se comenzó a tallar, de forma muy progresiva, una ciudad paralela. Si, túneles que intercomunican los edificios más emblemáticos del downtown de Toronto. PATH. Atajos eternos subterráneos que te permiten llegar al trabajo sin la necesidad de sufrir los vientos helados. Galerías que suman en su totalidad más de 30 kilómetros de largo. Lógicamente, distribuido a lo largo y ancho. Lo más lindo, es ver como cada tramo tiene su propia expresión, y como su identidad se ve reflejada con la del edificio que encabeza. De mármoles oscuros a otros claros, de baldosas a cerámicos, de columnas de hormigón visto a columnas revestidas por metales raros, de anchos gigantes a pasillos super estrechos. Locales por todos lados, de todo tipo. Patios de comida, bares de café por todos lados. Patios cerrados, patios abiertos con sus tragaluces, o con su orientación a patios centrales al aire libre. Todo esto genera un completo distinto estilo de vida, facilitándoles incluso a algunos afortunados a no tener la necesidad de vestir más que una remera o una camisa. Claro, tanto su departamento como su trabajo estan comunicados por este atajo. Me resulta muy impresionante pensar que hay gente que no llega a sentir el frío, en uno de los países más fríos del mundo. Caminas por arriba, y todos sufriendo. Caminas por abajo, y es todo alivio. Y lo más lindo, si bien hay un camino que siempre va a ser el más rápido para llegar a destino, te permite desviarte un poquito y llegar a conocer otros rincones, sin la necesidad de perder más de 5 minutos. Lo compararía con un shopping, pero estaría muy equivocado. Acá no hay solo comercios, sino que coexisten tanto refugio como atajo a la vez. Si bien empezó como una opción capitalista, destinado a locales comerciales, terminó fomentando una nueva forma de sobrevivir al invierno de 6 meses que tiene este país.

La semana que viene va a faltar casi 4 meses para que me vuelva. Nada. Nada de nada. Que lindo es lanzarse a la vida, ver como la misma te va sorprendiendo. Abrirse por completo, al punto de la máxima vulnerabilidad, a lo inesperado, lo inimaginable. Supongo que la felicidad es el factor que indica que todo esto esta bien. Lindo es no vivir del hubiera, y dedicarse a seguir el propio instinto. No siempre la cosa va a brillar, pero estoy seguro que menos lo haría el morirse con la duda.

Thursday, October 6, 2016

Capítulo 3

5 meses. Voy por la mitad. No lo voy a negar, extraño un poco todo. Tampoco lo voy a negar, se me hacen pesadas las 12 horas diarias de trabajo. Nunca en mi vida trabajé  (algo de lo que me arrepiento, debería haber arrancado antes), así como nunca viajé más de 15 minutos para llegar a destino. Hoy, trabajo 9 horas, camino 1, y viajo en tren otra más. Entre la ducha, el desayuno y preparar la mochila se hacen casi 12 horas. Y por más que uno disfrute lo que hace, el cansancio va subiendo, acumulándose de alguna manera. Y la tolerancia, bajando. El extrañar empieza a jugar un rol antagónico en toda esta historia. Es el malo que te hace aflojar, que te toca donde más te duele para desviarte. Ese que te pone a prueba, que te recuerda que no todo brilla. De todas maneras, si no hubiese sido por el viaje en tren, nunca me habría lanzado a escribir. O si no fuese por la distancia, tampoco habría podido abrir los ojos con tantas cosas que hace 5 meses atrás, no podía ver. O peor, ni se me cruzaban por la cabeza. Nuevas perspectivas, nuevos ojos para nuevas experiencias. Por más que las 9 horas se pasen volando, y que disfrute lo que hago, el cuerpo y la mente pueden aflojar un poquito a la hora de salir de la cama. Y es normal. Pero como siempre, uno anhela lo que no tiene. Que naturaleza tan difícil de comprender la de los humanos. Somos tan vulnerables a ciertas cosas, idealizamos tantas otras. Se hace difícil tener un balance. Siempre algo va a faltar.

Hoy es lunes, y vuelvo a trabajar luego de 9 días inactivo. Después de 10 días con mi vieja y hermana, recorriendo ciudades increíbles. Supongo que es normal que esté escogiendo estas palabras. O que esté sintiendo estas cosas. Romper la rutina no es fácil tampoco. El cuerpo tiene un ciclo, un relojito. Y se acostumbra. Le cambias un poco los esquemas y la cabeza queda medio aturdida, obnubilada. En pausa activa. A esto lo tomo como una prueba. Como cuando jugas de suplente. Podes volver a ser titular? Todo depende de vos, después de todo. Nadie más que vos va a poder vencer esos pensamientos negativos que no te dejan dar ese 1% más para llegar a la pelota y salvarla al borde de la línea. Para escuchar el pitazo y saber que hiciste las cosas bien, que te sentís conforme. Que dejaste todo.

Quién te iba a decir que 5 meses se iban a ir tan rápido. Así, de la nada. Es todo muy rápido. Creo que cada día se vive un micro segundo más rápido que el anterior. Así como la tecnología nos empuja a querer agilizarlo todo, a llegar más rápido a nuestros deseados destinos, me parece importante poder frenar un poco, y no sumergirme en este sistema al cual nos vemos abocados, sin darnos cuenta. Como esa comparación tan acertada entre libros y televisión. Como la última reemplazó a la primera, induciéndonos en un estado hipnótico. Donde creemos que ese estado pasivo es posible en todos nuestros aspectos de vida, y que todo está bien. Y de alguna manera te olvidas que el libro requiere muchísima más atención. Que no se puede hacer zapping con las hojas de papel. O que no tendría ningún sentido adelantarse a la historia. Esa atención que exige el libro, la comparo con la vida misma. Todos sumergidos en un transe acelerado donde nuestra cabeza se pierde en el zapping, y nuestro cuerpo pareciera dejarse llevar. Me parece necesario frenar de vez en cuando, al menos un poquito. Así como volves a leer un capítulo que no entendiste, o que te gustó mucho.

Esto de acá arriba lo escribí en el tren de ida. Y esto, en el de vuelta. Llegué y me pusieron a trabajar en un proyecto nuevo, prometedor. De golpe todas las dudas desaparecieron, el afloje se desvaneció. Fue reemplazado por el entusiasmo y la inspiración. Y la jornada laboral se me pasó en un abrir y cerrar de ojos. Lo lindo es que sigo pensando en como resolver este proyecto, como poder aportar mi granito de arena. De alguna manera, sigo  trabajando. De eso se trata, no?

Monday, September 19, 2016

Capítulo 1.5

Escribiendo siento que de alguna manera puedo silenciar mis pensamientos, plasmarlos en algún lugar donde los pueda volver a leer, sentirme más liviano conmigo mismo. Empecé contando un día normal de mi vida actual, pero me pareció necesario volver un poco para atrás y que se entienda el por qué lo valoro tanto.

Ese día, después de la entrevista, volví a Mississauga con la mente en blanco. Tal vez el orgullo y llanto en mis padres a través de la pantalla me hizo caer un poquito más a la realidad. O tal vez el mail que recibí de Martin esa misma noche, donde me compartía las bases del contrato de trabajo como Intern Student, acompañado de palabras que me motivaban y halagaban. Mínimo 4 meses, máximo 1 año de trabajo. Sin embargo, mi cabeza necesitaba tiempo para digerir, por lo que le pedí unas semanas para aclarar todo mi porvenir. Claro, todo esto implicaba perder un año de facultad, alejarme de mi familia, de mi novia, de mis amigos, de ir a la cancha a alentar al canalla. Y abrirse a un universo completamente nuevo, y prácticamente a ciegas. Qué me harán hacer? De qué trabajaré? Por qué a mi y no a otro? Preguntas y más preguntas, que sólo serían respondidas una vez vivida la experiencia. Lo cierto es que esa noche me fui a dormir con la sonrisa más grande que tuve en mi vida. Es algo difícil de describir con palabras, son esos momentos que se inmortalizan dentro tuyo. Momentos que marcan. Esa perfecta mezcla de desazón y completo entendimiento, de estremecimiento, pero con los pies bien plantados sobre la tierra. No se, es difícil de explicar.

Y los días siguieron. Con tal de "no quemarla", decidí esperar un poco a contarlo con mis amigos. Pero bueno, toda esta etapa que siguió fue más que nada un constante intercambio de mails con Martin en busca de una fecha precisa en la cual comenzar, en organizar todo el papeleo para conseguir la visa, en recibir el contrato, firmarlo, y reenviarlo. Era todo tan irreal, tan difícil de entender, que sentía miedo. Cada  vez que veía sus mails en mi bandeja de entrada, temía la peor noticia: No hay más lugar para vos. Necesitaba tener en mis manos esa visa cuanto antes.

Y así fue, volví a Argentina y a lo primero que me destiné fue a comenzar todo el engorroso proceso para aplicar a la visa de trabajo. El procedimiento es a través de una guía que el gobierno canadiense ofrece de manera online, donde se describe paso a paso que es lo que se requerirá a la hora de entregarlos, donde se pide que se completen 5 o 6 formularios. Fueron meses de buscar papeles que no tenía idea que existían, legalizarlos, firmarlos, escanearlos, reimprimirlos. Volví cerca de septiembre, y recién en noviembre estaba viajando a Buenos Aires con todo listo (o eso creía) para recibir mi visa de trabajo.
Día soleado, yendo en el auto con mi vieja a esa ciudad tan linda que tenemos en nuestro país. Llegamos. Fuimos a la originaria embajada canadiense, pero nos derivaron a un centro de visa donde se realiza este tipo de trámite. Por suerte quedaba cerca. Estacionamos a la vuelta del lugar. Entramos al edificio, subimos al cuarto piso. La recepcionista nos indicó donde aguardar a ser atendidos. Esperamos. Nos atendieron. Revisaron todos los papeles, parecía estar todo en orden. Sentía la adrenalina correr por mi cuerpo. Al fin esos dos largos meses de preparación y autoconvencimiento de que lo lograría estaban por llegar a su fin. Pero hubo una pregunta capciosa: "El estudio te envío firmada la autorización del LMIA?" (Labour Market Impact Assessment). No. No lo tenía. Había leído eso en algún recóndito lugar de los formularios, tal vez en letra chica, pero la presión o desesperación por obtener mi visa me jugó en contra. "No importa, los mandamos a la embajada y esperamos a ver que nos dicen". Bueno. Una mínima esperanza, una hora de espera leyendo cada movimiento de esta desilusionadora secretaria desde mi asiento. Hasta que llegó la mala noticia. Era de esperarse. Me senté a escribir mails a Martin desde la computadora del lugar, esperando que fuesen respondidos en el momento. La secretaria del estudio de arquitectura me escribió lo peor que leí en mi vida (lo traduzco): "Perdón Guido pero no vas a poder trabajar con nosotros. No hay nada que podamos hacer al respecto con el LMIA. Espero que encuentres otro lugar donde puedas sentirte feliz haciendo lo que te apasiona." Un hachazo al corazón. Sentí impotencia, la misma que sentí las veces que me robaron. Resulta que el LMIA es un organismo gubernamental que se encarga de regular, a través de un estudio de mercado, y en relación a la cantidad de trabajadores destinados a un mismo puesto de trabajo, la posibilidad o no de adquirir más profesionales provenientes del exterior del país. En cortas palabras: no podes trabajar hasta que no haya escasez de posibles trabajadores en esa posición. Y para probarlo, el gobierno exige 100 entrevistas como mínimo a la institución o empresa que busca contratar. Osea, imposible. Ese miedo que tanto había sentido todo ese tiempo se volvió realidad.
Pero a pesar de las palabras de mi vieja, alentandome de alguna manera a terminar la carrera y a seguir adelante, mi intención nunca fue quedarme de brazos cruzados. Tenía que existir una solución. Alguna manera de evadir al estricto sistema, pero de forma legal. Al día siguiente, ya en casa, me encontraba leyendo todas las actas y leyes de trabajo internacional en Canadá. Googleando todas mis preguntas, enviando distintos mails a distintos lugares del mundo que se encargaban de llevar trabajadores a Canadá por un tiempo limitado. Mails en inglés, en francés, en español. Mails a Europa, a Canadá, a Estados Unidos, a Australia, a Argentina. Alguien tenía que ayudarme. Pero no recibí respuesta alguna.

Febrero de 2016, Martin averiguó a través de un contacto en el gobierno canadiense que existía una manera de que pueda ir, pasando por encima del LMIA: Working Holiday Visa. Por lo que a penas recibí ese mail, escribí otros más a empresas argentinas que se encargaban de facilitar esta visa. Martin se había movido para que yo pueda ir, esto fue algo que me motivó muchísimo más a no bajar los brazos. Cuando toda ilusión había desparecido, cuando ya preparaba mi cabeza a recibir el año universitario, se iluminó el camino otra vez. Increíble e inesperado.

Tres meses después, y luego de repetir el proceso (pero mucho más exigente que el primero), recibí mi visa.

Y la vida me volvió a sorprender, una vez más. Ese día me prometí a mi mismo nunca bajar los brazos, incluso cuando el panorama no sea favorable. Todo depende de vos, y solo vos mismo vas a lograr lo que te permitas lograr.

A la semana, estaba en Toronto, listo para empezar a escribir un nuevo capítulo de mi vida.

Friday, September 16, 2016

Capítulo 1

Mayo o Junio del 2015, o por ahí. Una charla con German, en ese entonces mi profesor de Análisis Proyectual II, me motivaba a soñar. De esas charlas que se te agita un poco el corazón. De esas que te das cuenta cuanto te gusta lo que elegiste para tu vida. Ingeniería industrial, no. Técnico químico, no. Jugador de fútbol, no. Arquitectura. Y esto me remite a Sebastián, profesor que tuve en los cursillos de ingreso, quien me vio dubitativo y me invitó a abrirme, a contarle el porqué estaba ahí. Y esa fue la primer charla de tantas que me quedan por vivir. Cara a cara, con mucha humildad y pasión por la profesión. Ese día, cuando mi decisión oscilaba entre empezar a jugar en Central, y pelear por un sueño, o empezar arquitectura, y "sentar cabeza", fue el comienzo de algo. No se, seran los sueños como la energía, que no se pierde, sino que se transforma? Que se yo, la cuestión es que me encantó.

Pero bueno, volviendo a Mayo o Junio del 2015, a días del viaje programado a Toronto para visitar a mi familia, me volvía a casa entusiasmado, con muchas ganas. Y yo creo que todo este conjunto de motivadores que se me presentaron en los cortos 2 años y medio de carrera hasta ese entonces, sin descartar por supuesto a mi vieja, que es arquitecta y soñadora, fueron los que me llevaron a escribir los mails que escribí pocos días después, ya en Toronto. Google, best architectural firms of Toronto. Una lista con los supuestos "15 mejores". Un mail distinto a cada uno. Adjunto mis trabajos de la facu, mi historial, junto a un texto inocente. Claro, un Rosarino perdido en Toronto, que más puede perder? Fueron 2 o 3 horas intensas, donde me encontré sumergido por completo en los distintos mails redactados, en explorar cada uno de los estudios. Uno de ellos fue el que más me gustó, con el que más me identifiqué. Al día siguiente, tenía un mail en mi bandeja de entrada ofreciéndome una entrevista para la semana siguiente, y resultó ser del estudio que más me movió: Teeple Architects Inc. Nervios, emoción, incapacidad de poder dimensionar cuanto valía ese mail. Un mail!! Y nada, me compré una camisa, un pantalón, unos zapatos, y me tomé el subte. Llegué a un edificio de proporciones extrañas forrado de materiales más extraños. Entré y me recibieron dos perros. Pensé que había entrado al lugar equivocado, pero no. Me recibió una gentil secretaria preguntando por mi nombre. Me dio charla, me demostró su aprecio por Argentina y me sonrió todo el tiempo. Me sentí como en casa. Llegó el arquitecto que me invitó a la entrevista. Martin. El tiempo estipulado era de 15 minutos máximo, pero nos encontramos sumergidos en una charla acerca de la arquitectura innovadora, de los nuevos tipo de espacios con los que soñaban acompañados de materiales que reflejen exactamente sus ideales. Y los 15 minutos se transformaron en una hora y media. Palabras en inglés que ni yo sabía que sabía, como si hubiesen estado escondidas todo este tiempo, esperando el momento perfecto para salir a la luz. Subimos los 3 pisos del edificio. Me presentó a todos mis futuros compañeros. Me despidió con un halago, y una oferta de trabajo. Tembloroso, salí y no sabía de donde había venido. Me senté en un banco que encontré, me saqué los zapatos nuevos que tanto me molestaban y me quedé pensando. Qué carajo acababa de pasar? Creo que nunca lo voy a poder entender.

Pensar que elegí ir a una cátedra donde el jefe de la misma tuvo tanta influencia proveniente de no más de 400 kilómetros de distancia con respecto a esta ciudad (Michigan), o un poco más de 800 (Harvard), y que de alguna manera trajo de vuelta a un alumno, es algo que me come la cabeza. Peor todavía si pienso en mis nonos, 25 años atras, viajando a esta ciudad, peleando por un futuro mejor. Ellos vinieron hasta acá, mi vieja se quedó allá. Rois se vino por acá cerquita, yo elegí entrar a arquitectura 3 años más tarde de terminar mi secundaria, carrera a la que me había anotado los dos años anteriores (si entraba al año, no la habría podido cursar, ya que esa cátedra no existía), Rois volvió, yo me vine. Estar en el correcto lugar, en el exacto momento, es lo único que puedo decir. Suerte, destino, no se. Me quedo con ser un agradecido de haber encontrado lo que tanto me motiva, tanto me apasiona, y de poder compartir este lenguaje en común con los que se sienten de la misma manera. Me quedo con el hecho de nunca dejar de soñar. Después de todo, valió la pena la incesante búsqueda de lo que me apasionara, el sufrimiento y la desazón. El miedo a no saber si algún día lo encontraría. Puedo decir con certeza que si no lo hubiese buscado con tanto fervor, hoy no lo disfrutaría así.

Tuesday, September 13, 2016

Capítulo 2


Y bueno. Acá estoy. El sueño se me hizo realidad.

Después de haber peleado tanto, lo conseguí. Estoy teniendo la experiencia que siempre quise: viajar por trabajo. Después de que me hayan rechazado la visa, y cuando todo parecía desvanecerse en el aire, la perseverancia le ganó a la frustración.

Y acá estoy, con todos mis sensores activados. Percepciones que nunca tuve en esta vida, momentos que tienen un sabor único. Al fin dejé de necesitar ser entendido, por fin permití abrirme completamente a ser quien realmente siempre fui, pero siempre me negué: yo mismo. Y las ideas aparecen, las ganas y la energía parecieran no tener límite. El cuerpo pareciera entender todo a la perfección.

La rutina, a la que todos tanto miedo le tenemos, resultó ser mucho más amigable de lo que el panorama parecía indicar. 12 horas, de lunes a viernes, destinadas al trabajo. 8 de sueño, 4 de sobra. Y si, te ordena. Y si te gusta y te apasiona lo que haces, te hace feliz. Y te permite ver cosas que no podrías ver si no fueses con ganas. El sol va bajando, las sombras van siendo más largas, y ya no tenes que caminar por la vereda de enfrente para esquivarlo. Y que se yo, todo te hace feliz.

Y miras para arriba, todos los días. Tenés una buena idea, la defendes. Y al cliente le gustó, y tu jefe te felicitó. Sos un alumno, pero para ellos sos un pensante. Te destinas a volver a tu casa, a no perder el tren, pero frenas. Te das cuenta que nada te apura, que podes agarrar el siguiente, el que te permite sentarte media hora en un banquito, y respirar. Ves a las ardillas correrse entre si, a las palomas atentas a que se te caiga algo. Y sentís que estas en el lugar indicado, en el momento indicado. Te paras, y te encontrás con que se te fue el tren. Pero que te puede importar, no cambiarías nada por esos 20 minutos de profunda reflexión, de claridad mental. Y te volves en colectivo, por las rutas en altura que alguna vez Le Corbusier imaginó, recordando los bondis rosarinos, extrañando un poco todo. Pero nunca lo sufris. Y miras para adelante, y ya planeas el día que sigue.